
Por: John Peralta
Asesor Pedagógico del Colegio de la Inmaculada
Cada año confirmo que los estudiantes crecen cuando se les ofrece la oportunidad de descubrir el mundo con sus propios ojos.
En un contexto donde muchas familias buscan una educación más humana y orientadora, experiencias como Fuera de la Jaula se vuelven imprescindibles.
Este programa nació con una convicción sencilla: la formación integral ocurre cuando los jóvenes salen de su entorno, conviven con nuevas realidades y aprenden desde la experiencia directa.
Esa convicción se reafirma cada vez que acompañamos a un grupo de estudiantes a una comunidad rural.
Allí no solo colaboran o enseñan, también descubren habilidades y fortalezas que no siempre reconocían en sí mismos.
El impacto socioemocional es evidente. Los vemos volver más seguros, más empáticos y con una mirada más amplia del país.
La convivencia con familias rurales, el trabajo en equipo y la responsabilidad de servir a una comunidad funcionan como un laboratorio donde entrenan resiliencia, escucha y toma de decisiones con sentido. Son habilidades esenciales para la vida, el trabajo y la elección vocacional.
Cuando un joven comprende quién es, qué lo motiva y cómo puede aportar, toma decisiones más conscientes sobre su futuro.
Fuera de la Jaula impulsa ese proceso, permitiendo contrastar intereses con experiencias concretas y reforzando el pensamiento crítico, indispensable para analizar y elegir caminos con propósito.
Este año estuvimos en Ayacucho, donde los estudiantes aprendieron el valor de la solidaridad y del trabajo colectivo.
Descubrieron que un proyecto bien ejecutado puede mejorar la vida de una comunidad y despertar un sentido de propósito.
Por eso creo en este programa. Educar es abrirles caminos a los estudiantes y Fuera de la Jaula es precisamente eso, una oportunidad para que cada joven se encuentre a sí mismo, reconozca su lugar en el mundo y trace su camino con seguridad y esperanza.